martes, 22 de abril de 2014

RELATO

No woman no cry


De vez en cuando me invade la nostalgia. La melancolía se me presenta en modo de una incontrolable añoranza por tiempos pasados.
Tal vez suceda cuando el espejo me devuelve la infame imagen del paso del tiempo, o cuando me siento patético dando una desgarbada carrera, carente de todo estilo, porque pierdo el tren. Castigar mi grotesco cuerpo con este sobreesfuerzo supone necesitar tres días para recuperarme, hasta conseguir eliminar la agujetas de mis gemelos.
El paso del tiempo comporta una serie de inevitables cambios, tanto físicos como emocionales, que por mucho que intentemos evitar acaban haciéndose evidentes. Como mucho podemos encubrirlos elaborando estrategias propias.
En mi caso he cambiado muchos de mis hábitos, desde alimenticios o de ocio, pasando por los sexuales.  En este último caso puedo decir que el sexo ya no se encuentra entre mis prioridades vitales, tal y como sucedía en mi azarosa juventud. Mis polvos sufren ahora el efecto Big Bang: al igual que las galaxias, van alejándose cada vez más entre ellos. Además, después de un buen revolcón también necesito un mínimo de tres días para recuperarme, seis si he tenido que correr para coger el tren.
Ahora que el tiempo me ha convertido en un hombre civilizado que procura no llevar los mismos calcetines dos días seguidos y que me lavo las manos después de evacuar, resulta que los recuerdos que más añoro son los de las desenfrenadas juergas de juventud.
Emplazo mi nostalgia en recuerdos de adolescencia. Me veo joven, vigoroso, con el pelo largo, divertido, despreocupado, la mitad del día empalmado, la otra mitad masturbándome. Y sobre todo: juerguista empedernido.
Fumaba hierba y bebía. Bebía mucho. Encontraba divertida la vida y bebía para disfrutarla todavía más. Al contrario de lo que me sucede actualmente, en que bebo porque la encuentro aburrida. Siempre encuentro un motivo para beber. Creo.
No solo encuentro aburrida la vida sino también al resto de la gente. Ya nadie me parece interesante. Hablando todos de las mismas bobadas; esas de las que nos dejan hablar los ricos mientras ellos siguen haciéndose más y más ricos. Irritables conversaciones sobre enfermedades y los cientos de pastillas que la gente toma a diario, los problemas laborales, el fútbol, la crisis, de lo bien diseñada que está la gran mentira en que algunos han edificado su aburrida vida…un lodazal donde nos dejan revolcarnos los que manejan el cotarro, conscientes de que nuestro ínfimo coeficiente no nos dejará nunca asomar la cabeza.
Con suerte, el más afortunado de mis escasos amigos es capaz de conseguir mantener mi atención durante no más de diez minutos, siempre y cuando haga tiempo que no nos vemos. Todo y todos me aburren mucho.
El paso del tiempo me ha convertido en un solitario que solamente conserva de su juventud la afición a la botella.
Nací, vivo y seguramente moriré en Barcelona, suponiendo que un día no me dé un infarto en el tren de camino al trabajo. O de regreso.
Nunca he sido viajero. Como mucho me he alejado de mi casa lo que el tren de cercanías me permite. Cojo el tren cada día para ir al trabajo, uno de esos empleos que cualquiera puede hacer y que no fomentan el crecimiento personal. Cuarenta kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero esos no contabilizan para ser considerado un gran viajero. El resto de mi vida se limita a esperar. Esperar al día siguiente de trabajo. Esperar a que algún vecino alerte a la policía que mi apartamento desprende un insoportable hedor a descomposición.
Crecí en la Barcelona de la Perona, del campo de la Bota y de los quinquis. La Barcelona que vivía de espaldas al mar; de los chiringuitos de la playa de la Barceloneta; de las calles de adoquines sobre las que se trazaban los trayectos férreos de los tranvías; de las vaquerías donde mi madre me enviaba a por la leche con mi lechera de aluminio. Una ciudad en la que se podía fumar en los bares; en la que por las Ramblas, que entonces eran para los barceloneses, circulaban los seiscientos y las motos con sidecar; de las tardes de toros en la Monumental y de las carreras del circuito de Montjuic. La Barcelona de los periódicos con edición de tarde; de la primera y el UHF; de las máquinas de escribir y el tippex; del programa de radio de Elena Francis; de la Semana Santa sin películas ni anuncios y de los últimos coletazos de la dictadura.
Todas ellas estampas en blanco y negro en mi memoria.
Una vez superada la dictadura y con la llegada de las libertades tenemos prohibidas las corridas de toros, beber en la calle, fumar en los bares, las vaquerías y un montón de cosas más. Incluso sentarse en la Rambla a tomar el aperitivo se ha convertido en prohibitivo por culpa de los precios, calculados para los abultados bolsillos de los turistas.
Recuerdo que cuando era joven para quedar con los colegas debía llamarlos con el teléfono de casa, aquellos negros de baquelita con una rueda de números. En mi casa teníamos el colmo de la modernidad: un supletorio de góndola. Ahora llevamos el teléfono en el bolsillo.
Cuando podía enfundarme en una talla 38 frecuentaba un antro del Raval. Un sótano oscuro con una permanente neblina en su viciado ambiente, donde sonaban los clásicos de los 60 y los 70. Bombillas rojas mantenían el local en penumbra, disimulando la mugre y otorgando un aspecto más místico a los posters que empapelaban sus paredes: Hendrix, Joplin, Jim Morrison, Dylan…El rectangular subterráneo tenía un techo abovedado simulando un túnel, eventualidad que el dueño aprovechó para darle nombre al local: El Túnel. Aunque bien podría haberse podido llamar << La Cloaca>>. Al fondo se encontraba un retrete en el que alguien en su sano juicio no se atrevería ni a acercarse. El hediondo olor a orines conformaba una atmósfera tóxica, asunto que a la selecta clientela de El Túnel no le importaba en exceso después de tres cubatas de alcohol de barril y unos cuantos canutos.
El propietario y único empleado también olía a orines. Incluso los repulsivos combinados que servía olían a orines, o tal vez lo fuesen, quien sabe. Vestía camisetas con variadas versiones de la lengua de los Stones que se cambiaba aproximadamente cada mes, posiblemente el día que yo suponía que dedicaba al aseo personal, ya que coincidiendo con cada cambio de camiseta su cabello también parecía menos pringoso. Por los que llevaban más tiempo que yo frecuentando El Túnel supe que le llamaban Micky. Micky ponme una de Led Zeppelin. Micky otro gin tonic. Micky han vomitado en la máquina de tabaco. Supongo que le llamaban así por su inclinación por los Stones. Micky fumaba porros, por eso era permisivo con la clientela a pesar de las redadas. Era taciturno, impasible, poco hablador, de mirada lánguida y físico de perdedor, pero siempre servicial. Se manejaba tras la barra con la despreocupación de la experiencia, al tiempo que manipulaba con habilidad los platos del tocadiscos, ubicado junto a unos enormes cajones de madera repletos de elepés, singles, y maxi singles de erosionadas cubiertas. A pesar de que había cientos y cientos de discos, ante una petición, sus hábiles manos sabían exactamente de donde tenía que sacar el solicitado.
En El Túnel fue donde hice lo más parecido a lo que podría denominarse amigos. Su ambiente fue mi referente, su penumbra mi refugio, su bebida mi medicina, su música mi religión, Micky mi pastor. Una guarida de libertinos en pantalones vaqueros, calzado deportivo, negras camisetas estampadas de rock y apasionadas chicas sin sujetador que te hacían tocar el cielo mientras te hacían el amor al ritmo acompasado del <<No woman no cry>> de Bob Marley.

                                                                               Al Segar.  

Bob Marley: No woman no cry.     




lunes, 7 de abril de 2014

SANT JORDI 2014

Este Sant Jordi no lo dudes y regala El galeón del Murciélago una novela de aventuras ambientada en Sant Boi entre el siglo XVII y la actualidad.
Estará disponible en las paradas de las librerías de Sant Boi en la Rambla Rafael Casanova y si quieres que te lo dedique estaré firmando libros en la carpa de la biblioteca Jordi Rubiò i Balaguer.


Sinopsis de El galeón del Murciélago:


Blai, un chaval de 13 años con un coeficiente intelectual por encima de la media, llega a la localidad de Sant Boi de Llobregat a pasar las vacaciones de verano con la intención de alojarse en la masía del Rat Penat, perteneciente a la familia desde hace más de 300 años.

Para su sorpresa se encuentran con un inesperado recibimiento por parte de su bisabuelo, a quien no conocía y que es el actual propietario de la masía, que además se encuentra en estado ruinoso y a punto de ser embargada.

Gracias a su capacidad intelectual pronto se ganará la confianza del anciano, quien acabará haciéndole entrega de un libro que relata la misteriosa vida de un antepasado suyo, primer propietario de la masía en el siglo XVII y llamado también Blai, aunque fue más conocido por el Murciélago, sobrenombre con el que se le conoció por su oscura vestimenta, cuando debido a una serie de injusticias perpetradas por nobles sin escrúpulos que arrebataban las propiedades a los campesinos, pasó de hombre justo y trabajador a convertirse en bandolero y más tarde, en un temible pirata.

El relato de la vida del Murciélago está rodeado de un halo de misterio, desde el momento en que se dice que con la ayuda de una bruja regresó de la muerte para vengar el asesinato de sus padres, recuperar la masía y su negocio familiar, y embarcarse en un galeón en busca de su amada, secuestrada por corsarios.

Su leyenda menciona que todavía en la actualidad se puede ver en las noches de tormenta el galeón del Murciélago navegando cerca de la costa, cumpliendo su juramento de velar eternamente por el bienestar de sus descendientes y de que conserven la propiedad de la masía.

Ayudado por su habilidad mental, una prima de su misma edad y una moderna bruja experta en runas, el joven Blai intentará evitar el embargo de la masía del Rat Penat.

¿Contará para ello con la ayuda del Murciélago?

¿Regresará su antepasado tal y como prometió para velar por los suyos?

Un relato donde se mezclan diversos temas favoritos del autor: Bandoleros, piratas, brujería, magia, misterio, intriga, apariciones espectrales…


martes, 1 de abril de 2014