martes, 1 de septiembre de 2015

IMAGINE

PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.



                                                IMAGINE.
                                   (En recuerdo a John Lennon)



Me encuentro en la calle 72 del Central Park West
junto al edificio Dakota que te vio caer...
por cuatro disparos de un tipo
que aseguraba que sabías dónde van los patos en invierno.
Salinger, el profeta de la adolescencia,
de nuevo deslizándose en la mente de un perturbado.
8 de diciembre de 1980 a las 10,50 p.m.
en el bolsillo del asesino
la copia de Double Fantasy que le firmaste horas antes.
Con el arma todavía humeante se sienta cerca de tu cadáver
a leer El guardián entre el centeno
mientras espera ser arrestado
con una confesión firmada como Holden Caulfield,
el cínico personaje de la obra de Salinger
en nombre de quien asegura haber apretado el gatillo.
Unas fotos al edificio,
una fugaz regresión a mis equívocos dieciocho años,
una nostálgica evocación a tu canciones,
y mis pasos de cincuentón
rumbo al reconocimiento de la ciudad a tu música.
Entro en Central Park.
Abedules rusos.
Arces canadienses.
Cedros israelíes.
Narcisos holandeses…
Todos unidos como te hubiese gustado,
arropando tu memoria en Strawberry fields,
un jardín en forma de lágrima
con el nombre de una de tus canciones,
y un mosaico circular en blanco y negro
con la inscripción Imagine en el centro,
obra de artesanos napolitanos.
Porque en tu canción
nos pedías imaginar
que no existían ni el paraíso ni el infierno,
ni países, ni guerras,
ni religiones, ni posesiones.
Nos pedías fantasear con un mundo en paz,
un planeta compartido con gente viviendo solo el presente.
Te llamabas soñador y pedías que nos uniésemos a tu sueño.
Y lo hice. Quedándome solo en eso.
En un simple soñador
que incluso hoy ,aquí donde aún planea tu presencia,
agachado acariciando tu mosaico, todavía cree
que el mundo pueda ser diferente a como es.
Al Segar.


Ver más
Foto de Alfredo Segarra.

sábado, 1 de agosto de 2015

RESEÑA DE: DONDE ESTÁ EL CUERPO...

Reseña de Toni Hernández para NEWT/Diari del Vallés
 
Donde está el cuerpo...


 


Está el peligro. Y eso lo tiene muy claro Al Segar, que en sus contundentes relatos sabe descolocar al lector y hurgar en las entrañas de su cotidianeidad. Mediante retraídos científicos salidos, padres inmodélicos que encuentran su redención, personajes deprimidos, borrachos o locos, vecinas cachondas, héroes domésticos y, cómo no, el escritor alternativo con el que se establece un diálogo metaliterario, Al Segar arrancará al lector de su poltrona. 


Se trata de chispazos frescos, directos, breves narraciones de temática muy diversa: Segar salta del erotismo a la reflexión, del miedo a la pena, de la alegría al odio, en historias que se descubren regadas al alimón por buenas lecturas y por aquellas mundanas y crudas realidades, vividas, que superan a la ficción. Porque Segar es buen lector, y se nota, y posee una frescura narrativa que emana de una agilidad prosística adquirida de los clásicos y de reconocidos ecos bukowskianos. 


Por otra parte, asevera Segar que somos tan frágiles como nuestra propia mente. Lo hace en un relato que es más una reflexión sobre la singularidad del ser humano. Segar siembra una paradoja con el título de la obra cuando nos enseña que nuestros miedos y anhelos se sirven de onomatopeyas, olores, u otras cualidades sensoriales, para, en la era informática, demostrarnos que donde no está el cuerpo también puede estar el peligro.  


Porque, si tienen una mínima sensibilidad, con Al Segar removerán a sus fantasmas. Esos que les acechan cuando bajan la guardia en sus realidades insulsas. Disfruten con las historias de Segar, gócenlas mientras puedan o déjense devorar por ellas.  


 
Donde está el cuerpo. Al Segar. Ediciones Dédalo. Barcelona, 2015. 241 páginas.
 
 
 

 

LOS PATOS FLOTAN EN EL LAGO





LOS PATOS FLOTAN EN EL LAGO ES UNO DE LOS RELATOS QUE FORMAN PARTE DE MI ANTOLOGÍA RECOGIDA BAJO EL TÍTULO DONDE ESTÁ EL CUERPO... MI AMIGO JESÚS VERA CONSIGUE CON SU MAESTRÍA DARLE ESA FUERZA QUE UN RELATO DE ESTA CARACTERÍSTICAS NECESITA. DISFRUTADLO.

DONDE ESTÁ EL CUERPO...

Mi nuevo trabajo que lleva por título DONDE ESTÁ EL CUERPO... es una antología de 40 relatos  comprendidos entre los años 2009 y 2015 entre los que se encuentran algunos de los ganadores en diversos certámenes literarios. Con historias cercanas y buscando llegar hasta el fondo del lector intento plasmar escenas cotidianas que nos diviertan y nos hagan reflexionar. Adjunto el enlace por si lo queréis comprar desde la tienda online de la editorial que os lo enviará sin costes de portes. Los beneficios que generen sus ventas irán destinados a la Asociación Hermano Mayor.
 
 
 
 
 

martes, 16 de diciembre de 2014

Billy Joel - Piano Man





PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.

ESTA CANCIÓN SALE MENCIONADA EN EL TEXTO.









LAS ARMÓNICAS SUENAN
TRISTES.


 


Chica de
caderas a lo Marilyn,


te veo cada
día pasar,


frente a mi
puesto de hamburguesas


y perritos
calientes


junto al
parque.


Y en ese
breve instante


todo deja de
ser interesante;


ni el libro
que leo,


ni el blues,


ni mi mezquino
trabajo,


ni tan
siquiera mi vida.


Todo se
detiene a tu paso:


el tiempo,
el aburrimiento, el sonido.


Hasta la
muerte


pospone sus
sentencias a tu paso.


Te pavoneas
ante mis ojos,


que no ven
nada más


durante tu
efímero paso.


Me da igual
si eres lista o tonta,


ejecutiva o
desempleada.


Solo importa
lo que quiere ver la atracción


no sé si de
amor, o simplemente sexual.


Te has dado
cuenta de que te miro.


Te has dado
cuenta de que me gustas.


Me he dado
cuenta de que eres inalcanzable.


Noto como exageras
tu contoneo,


sonriendo
sensualmente,


mirándome de
reojo.


Y yo allí contemplándote
embelesado,


ridículo con
mi delantal y mi gorrito.


Pasan los
días


y me rodean
media docena de viejos


con aspecto
de no haber tenido nunca juventud.


Te han
pillado la hora.


Viejos
verdes,


obscenos,
lascivos, viciosos.


Son como marchitos
barcos varados


que la
corrosión ya no deja navegar.


Una vez
pasas se relamen y se largan.


Ni una
consumición,


ni un dólar gastado,


ni una
mancha de kétchup,


ni siquiera una
mirada hacia mi quiosco.


Regresan a
vivir sus vidas


de olvido y abandono,


incrustados
en sus sillones,


con sus
gordas mujeres


que les aborrecen.


No son
capaces de leer a Shakespeare,


ni de
admirar un buen lienzo,


y vienen
aquí a verte a ti,


a fastidiar
mi remota esperanza.


Todas las
noches,


una vez recogido
mi puesto,


de regreso a
casa,


voy tocando con
mi armónica


el Piano Man
de Billy Joel.


Siempre
suena triste la armónica.


Siempre
suena triste el blues


Siempre
suena triste el desamor.


Imagino si
habrás buscado el amor;


imagino si
lo habrás encontrado.


No te eches
a perder;


no consientas
que te embauque un marido simplón,


de esos que te
atrapan en las redes del tedio,


de la
desgana,


del hastío.


No deformes
tu cuerpo con embarazos


que disuelvan
tus caderas de Marilyn.


No lo hagas.


Sigue enloqueciéndonos
con esas curvas


que parecen
obra del diablo.


Sigue alimentando
nuestra obscenidad,


la mía y la
de los seis viejos crápulas,


haciéndonos
sentir vivos.


Pasan los
días,


y ya van
tres que no te veo pasar.


Se diluye mi
esperanza;


se diluye la
palpitación;


se han
diluido la media docena de viejos.


Sirvo un par
de hamburguesas,


otros tantos
perritos calientes


y unos
refrescos.


No se acerca
nadie al quiosco.


Saco mi
armónica y comienzo a tocar.


A mi espalda
una mujer pide un sándwich.


Guardo la
armónica en el bolsillo


y me
dispongo a servirlo.


Me giro para
encarar a mi clienta.


Enfrente mío
se encuentra la perfección


esperando
ser servida.


La chica de
caderas a lo Marilyn.

martes, 9 de diciembre de 2014

NUEVO PUNTO DE VENTA

Nuevo punto de venta de El galeón del Murciélago en tienda Mediâtica.
Mi novela está a la venta desde el enlace que adjunto en la web de Mediâtica.
Lo envían sin costes a cualquier parte de Europa.

Compra aquí El galeón del Murciélago.




viernes, 3 de octubre de 2014

El galeón del Murciélago: Puntos de Venta en Sant Boi de Llobregat

El galeón del Murciélago puede encontrarse en cuatro librerías de Sant Boi de Llobregat.

Estos son los contactos de dichas librerías:

El galeón del Murciélago de venta en Llibreria Les Hores de Sant Boi de Llobregat:
Calle Torrefigueres 8 Tel: 93 640 08 65
Facebook:
https://www.facebook.com/leshores?fref=ts



A la venta también el Librería Papir Paper de Sant Boi de Llobregat:
Calle Girona 33 Tel: 93 661 73 36.
Facebook:
https://www.facebook.com/Papirpaper?fref=ts



Otra librería local que vende El galeón del Murciélago.
Librería Croquis
Calle: Lluís Pascual Roca 77 Tel: 93 640 86 00
Web: www.croquis.cat





Llibrería Isart:
Plaça Llorens Pressas nº 6
Tel y Fax: 93 640 03 23







lunes, 15 de septiembre de 2014

Entrevista en Radio Pomar.

Juan Carlos Rojas me entrevistó sobre mi novel El galeón del Murciélago en su programa La Buhardilla de los libros de Radio Pomar dedicado a la literatura

jueves, 17 de julio de 2014

Relato de un fin de semana

No fue un terremoto.

Necesitábamos desconectar. Mi mujer más que yo. Mi trabajo es estresante pero lo efectúo a jornada completa, por lo que me queda la tarde libre para dedicarme a mis aficiones y a relajarme. Ella en cambio es autónoma, y eso significa dedicación total, y días que a veces deberían ser de cuarenta y ocho horas. Los autónomos saben a qué me refiero. Necesitaba apartarla un par de días de su trabajo. Las mujeres de ahora no son como nuestras madres o abuelas. Sucede desde el momento en que decidieron reivindicarse para dejar de ser meras amas de casa cotillas, que a mediodía se metían en la cocina a preparar la comida entre ollas y cacerolas, desperdiciando sus vidas, enloqueciendo, envejeciendo sin ningún tipo de estímulo vital, más que el de servir a la familia.
Solemos frecuentar un Frankfurt cerca de casa. Una vez vimos información acerca de un hotel rural propiedad del dueño del Frankfurt. Nos pareció interesante una oferta sobre fines de semana románticos por 96 euros con cena del sábado, alojamiento, desayuno del domingo y obsequio de cava. Decidimos que para nuestro aniversario de bodas podríamos regalárnoslo. No pudo ser entonces, pero si ha podido ser tres meses después.
Aprovechando que nuestra hija está de colonias de verano y que yo disponía de un fin de semana de fiesta, hicimos la reserva. Resultaba atractiva la publicidad: <<En los contrafuertes de la montaña de Montserrat, a cuatro kilómetros del monasterio, a 40 de Barcelona y en medio de un entorno natural con preciosas vistas al macizo, alojados en una masía del siglo XVII.>>
Cargamos la ubicación en el navegador. Después de dejar la autovía atravesamos una urbanización mal asfaltada que dejamos para tomar un camino de tierra, piedras y surcos, hasta llegar a un conjunto de viejas casas apiñadas en algo similar a un diminuto núcleo urbano. En cuarenta y cinco minutos habíamos llegado. Por una vez sin las habituales discusiones de <<es que te has pasado la salida>> << ¿por qué no haces caso al puñetero navegador?>> <<si tú has visto la salida por qué no me has avisado>> En fin, un viaje en paz, preludio de lo que debía ser un placentero fin de semana en pareja.
Aparqué en la explanada frente a la masía. Nada más salir del coche y poner el pie en aquella tierra, una invisible voz parecía instalarse en tu cerebro diciéndote: <<relájate, olvida las prisas, respira este aire incorrupto, disfruta y regenérate. >>
Cruzamos bajo el arbotante de entrada a la masía. Una construcción del siglo XVII. Soy de esos que imaginan lo que puede haber sucedido allí en cuatrocientos años. Solo el hecho de pensarlo me impregna de su embrujo. Nos dirigimos con nuestra maleta a la recepción. Antes debíamos atravesar un patio acondicionado como terraza, con mesas y sillas metálicas y sombrillas de la Frigo. En una de las mesas jugaban a las cartas cuatro tipos. Por su aspecto y buen color sin duda eran de por allí. Cuando llegas a un lugar hay algo extraño en el ambiente que hace que seas capaz de diferenciar a un forastero de un lugareño, tan bien como diferenciarías a un negro de un chino. El que tiró con brío el as de bastos nos miró con indiferencia, como si mirase una sombrilla o uno de los muchos arbustos de los alrededores. Jugaban como profesionales y parecían llevar allí sentados horas, días, toda la vida… desde el siglo XVII.
Entramos. Lo primero que encontramos fue la barra de bar. Tras ella cuatro empleados. Todos ellos nos miraban sonrientes.
-Buenos días –dije a bulto, sin saber a quién mirar.
-Hola –respondió con su sosegado semblante de catalán de pura cepa el que tomó el mando como jefe.
-Tenemos una reserva para hoy.
El catalán de pura cepa miró su reloj.
-Cony, sí que habéis llegado pronto –dijo con una mezcla de sorna y pachorra.
-Miré mi reloj. Era la una y media pasada. Me preguntaba a qué hora se despertaban aquí.
El tipo cogió una llave de un panel y nos pidió que le siguiésemos. Volvimos a salir a la terraza donde los cuatro se repartían las cartas. Debimos frenarnos si no queríamos arrollarle. Aquí se camina a una velocidad inferior que en la jungla de asfalto. Parece que desconozcan la palabra estrés.
Mientras le seguíamos le dije:
-En internet os valoran muy bien los usuarios.
-¿Ah sí? No lo miro nunca –respondió sin darle importancia.
Me entraron ganas de preguntarle si sabía que era eso de internet. Igual allí, tan alejados de todo, lo más moderno que conocían era el telégrafo.
 Entramos por otra puerta. Me di cuenta de lo enorme que era la masía. El patio la dividía en dos mitades. En una se encontraba el hotel y en la otra el restaurante y la vivienda de los dueños. Subimos por una estrecha escalera. El ambiente era fresco. Abrió la puerta de la habitación número cinco, nos entregó la llave, nos sonrió y se marchó. No era muy hablador el jefe. Para entrar debíamos bajar tres peldaños. El suelo de madera crujía bajo nuestros pies. El techo de vigas de madera descendía conforme avanzaba la estancia. Un armario de madera sin puertas, un sofá, un sillón, las mesillas de noche y una tele de dieciocho pulgadas sobre una banqueta, componían el mobiliario. Ah bueno, y algunas telarañas entre las vigas de madera. Qué sería de un alojamiento rural sin telarañas en las esquinas. Toda la luz la proporcionaban las dos lámparas sobre las mesillas, con bombillas de baja potencia. No necesitábamos más. Pero lo mejor de todo era el catre. Una inmensa cama de dos metros de ancho que miramos con lascivia. Esa noche sería nuestro campo de batalla. La de casa es medio metro más estrecha que aquella maravilla con cabezal de forja por lo que nos iba a parecer estar revolcándonos sobre un campo de futbol. En fin todo ello muy rústico. Mobiliario y lámparas que parecían rescatados del recuerdo de las casas de nuestros abuelos. A pesar de estar a mediados de julio, hacía fresco en la habitación. Miré por la ventana. Seguro que en la temperatura tenía que ver algo el grosor de más de cincuenta centímetros de las paredes.
Habíamos decidido comer en algún lugar cercano
-Aquí no hay mucho donde escoger –me dijo Julia, mi mujer.
-Aquí no hay más que pinos en kilómetros a la redonda –respondí.
-No nos queda más opción que comer aquí.
-Pues vamos a ver qué tal lo hacen.
Teníamos hambre. Dejamos la maleta, bajamos, y volvimos a atravesar el patio. Había más gente sentada en las mesas con sus patatas bravas y sus cervezas, acompañando a los de la baraja.
Preguntamos al jefe si servían comida. Nos llevó al comedor.
El comedor era una acogedora estancia rectangular flanqueada por gruesos arcos de piedra en toda su longitud. Mesas y sillas de madera y enseres de labranza y ollas y cacerolas de cobre decorando las paredes. Sobre unas repisas de madera reposaban una legión de viejas planchas oxidadas. Lo compartimos con dos parejas americanas que habían venido a la concentración de Harleys y se habían quedado unos días más, un matrimonio joven que había dejado al niño con una canguro y una pareja gay. Yo no critico a gays y lesbianas ¿Qué pretenden los que lo hacen? ¿Enseñarles algo? ¿Enseñarles moral? ¿Decoro?, ¿Rectitud? Que se miren primero a sí mismos. Yo no soy de los que dan lecciones, soy de los que les gusta aprender y de gays y lesbianas hay mucho de lo que aprender.
 Nos mostró el menú <<fin de semana>> por 21 euros: Tabla de embutidos, torrada con escalibada, tortilla de patatas y ensalada como entrantes y carne a la brasa de segundo con buen vino y pan torrado con ajo y tomate. De segundo me pedí butifarra. Me trajeron dos, con mongetes y patatas fritas; toda una ofrenda para el colesterol, pero todo muy delicioso. Nos sirvió la comida mi tocayo Alfredo a quien ya conocíamos de una temporada que estuvo trabajando en el Frankfurt. Nos saludamos efusivamente. Llevábamos tiempo sin vernos. A media comida el jefe vino a hablar con nosotros. Nos dijo que ya que comíamos allí y por ser amigos de Alfredo, en lugar de cobrarnos 96 euros por un lado, y 42 de la comida por otro, nos iba a aplicar la pensión completa que incluía la comida y la cena del sábado, la estancia, y el desayuno del domingo por 55 euros cada uno. Un detallazo. Disfrutamos de la comida en aquel lugar en el que el tiempo parecía detenerse, en el que tanto camareros como cocineros como el mismo dueño trabajaban pausadamente, como si estuviesen realizando las tareas domésticas de su propia casa. A pesar de ello destacaba la rapidez del servicio. Después de la opípara comida dos chupitos de hierbas y un café.
Después de comer fuimos a echar la siesta. El sexo lo dejaríamos para la noche. Volvimos a cruzar por la terraza. Los de las bravas y las cervezas ya no estaban, pero los de las cartas seguían allí. Me preguntaba si no tendrían vida familiar, obligaciones de algún tipo, o una mula a la que cepillar el pelo.
Después de la siesta nos enfundamos ropas deportivas en nuestros morcillones cuerpos, calzado deportivo, gorras y gafas de sol y nos fuimos a disfrutar de la campiña. Alfredo nos informó que a tres kilómetros caminando por un sendero que él mismo nos mostró llegaríamos a lo que ellos llaman <<el castillo>>; una antigua torre vigía semi derruida desde la que las panorámicas tanto del macizo de Montserrat como del resto del entorno eran realmente espectaculares. Conseguimos llegar. Desde allí nos sentíamos los dueños del mundo con toda esa belleza a nuestros pies. Disfrutamos del paisaje, incrédulos de poder saborear de tanta paz y tranquilidad a tan pocos kilómetros de casa. Tan cerca de la gran ciudad donde en esos momentos la gente seguiría corriendo por los pasillos del metro, los conductores impacientes machacarían el claxon de sus vehículos, algún imbécil maltrataría a su esposa, las prostitutas buscarían clientes y algún desalmado abandonaría a su perro. Y nosotros aquí, disfrutando de una especie de mundo paralelo en el que parecía que nunca debíamos regresar a nuestros empleos, ni preocuparnos por comprar comida en el mercado, ni de los recibos por pagar, ni de pasar la ITV del coche, o de ir al dentista. Una felicidad que parecía iba a ser eterna. De regreso nos confundimos de camino en una bifurcación y debimos retroceder parte del recorrido. Nada importante. Regresamos para la cena contagiados ya de la parsimonia con la que todo fluctuaba a su debido tiempo, con una visión bien diferente de la vida. ¿Qué es la vida para la mayoría de los mortales? Una mera lucha por la supervivencia fustigada por la angustia, los problemas, las enfermedades y la estupidez misma de vivir. Disfrutar de momentos como este hace que valga la pena vivirla.
Nos duchamos y bajamos a cenar. Fue necesario vestirnos con prendas de manga larga. Atravesamos el patio. Sorpresa; no estaban los de las cartas.
La cena fue otra exageración culinaria. Tortilla de patatas. Tabla de patés, tabla de quesos, escalibada, ensalada. Y más carne a la brasa y pan tostado y tomates, ajo y all i oli. Mi mujer pidió conejo y le trajeron medio con una guarnición de espanto. Yo pedí butifarra negra pero maticé que solo una, no dos como al mediodía. Y me trajeron una. Pero vaya una. No había visto nada tan grande y negro desde hacía años, cuando iba al gimnasio y coincidía en el vestuario con aquel inmenso senegalés.
Miré a mi mujer.
-Cariño no sé si vamos a poder movernos mucho esta noche después de meternos todo esto entre pecho y espalda.
Reímos.
De camino a la habitación pregunté a Alfredo por el desayuno. Otra pasada. Zumo de naranja, pastas, embutido, queso, la infalible tortilla de patatas, tostadas con mantequilla y mermelada, pan de payés con ajo y tomate y café con leche.
-Tenéis que recuperar fuerzas –me dijo con sonriente complicidad ante mi asombro.
Subimos a nuestra habitación con la noche bien cerrada y el silencio presidiéndolo todo. Hasta el sexo parecía querer contagiarse de aquella serenidad. Nos dejamos llevar por el morbo de disfrutar en una cama diferente, una habitación diferente, de un todo diferente, menos nosotros. A nuestra edad ya no se hace el amor como cuando se tiene veinte años, en que las posturas desafiaban la lógica y las leyes del equilibrio, pero no estuvo nada mal. La cama resistió, el suelo crujiente resistió, y las vigas de madera y las paredes de cincuenta centímetros, y el bosque y la montaña de Montserrat. Fue genial, apoteósico y sí, si percibisteis algo desde vuestras casas podéis estar tranquilos. Lo de la noche del sábado no fue un terremoto.
  








jueves, 29 de mayo de 2014

RELATO PREMIADO

Este es mi microcuento premiado con el primer premio en el concurso de micro cuentos organizado por la bibhlioteca de Pallejà. Debía tener una extensión máxima de 50 palabras, tener como tema la naturaleza e ir acompañado de una foto.


Quise volar, aprendiendo de las mariposas, o de las abejas que tomaban mi polen. Y decidí soltarme de mi tallo y mover mis pétalos como alas. Y fue entonces cuando comprendí que la madre Tierra dicta estrictas reglas sobre todo aquello a lo que concede el don de la vida.


Fotos de la entrega de premios

Estas son algunas de las fotografías correspondientes a la entrega de premios en la biblioteca de Pallejá donde resultó premiado mi microcuento de <<La flor que quiso volar>>







martes, 22 de abril de 2014

RELATO

No woman no cry


De vez en cuando me invade la nostalgia. La melancolía se me presenta en modo de una incontrolable añoranza por tiempos pasados.
Tal vez suceda cuando el espejo me devuelve la infame imagen del paso del tiempo, o cuando me siento patético dando una desgarbada carrera, carente de todo estilo, porque pierdo el tren. Castigar mi grotesco cuerpo con este sobreesfuerzo supone necesitar tres días para recuperarme, hasta conseguir eliminar la agujetas de mis gemelos.
El paso del tiempo comporta una serie de inevitables cambios, tanto físicos como emocionales, que por mucho que intentemos evitar acaban haciéndose evidentes. Como mucho podemos encubrirlos elaborando estrategias propias.
En mi caso he cambiado muchos de mis hábitos, desde alimenticios o de ocio, pasando por los sexuales.  En este último caso puedo decir que el sexo ya no se encuentra entre mis prioridades vitales, tal y como sucedía en mi azarosa juventud. Mis polvos sufren ahora el efecto Big Bang: al igual que las galaxias, van alejándose cada vez más entre ellos. Además, después de un buen revolcón también necesito un mínimo de tres días para recuperarme, seis si he tenido que correr para coger el tren.
Ahora que el tiempo me ha convertido en un hombre civilizado que procura no llevar los mismos calcetines dos días seguidos y que me lavo las manos después de evacuar, resulta que los recuerdos que más añoro son los de las desenfrenadas juergas de juventud.
Emplazo mi nostalgia en recuerdos de adolescencia. Me veo joven, vigoroso, con el pelo largo, divertido, despreocupado, la mitad del día empalmado, la otra mitad masturbándome. Y sobre todo: juerguista empedernido.
Fumaba hierba y bebía. Bebía mucho. Encontraba divertida la vida y bebía para disfrutarla todavía más. Al contrario de lo que me sucede actualmente, en que bebo porque la encuentro aburrida. Siempre encuentro un motivo para beber. Creo.
No solo encuentro aburrida la vida sino también al resto de la gente. Ya nadie me parece interesante. Hablando todos de las mismas bobadas; esas de las que nos dejan hablar los ricos mientras ellos siguen haciéndose más y más ricos. Irritables conversaciones sobre enfermedades y los cientos de pastillas que la gente toma a diario, los problemas laborales, el fútbol, la crisis, de lo bien diseñada que está la gran mentira en que algunos han edificado su aburrida vida…un lodazal donde nos dejan revolcarnos los que manejan el cotarro, conscientes de que nuestro ínfimo coeficiente no nos dejará nunca asomar la cabeza.
Con suerte, el más afortunado de mis escasos amigos es capaz de conseguir mantener mi atención durante no más de diez minutos, siempre y cuando haga tiempo que no nos vemos. Todo y todos me aburren mucho.
El paso del tiempo me ha convertido en un solitario que solamente conserva de su juventud la afición a la botella.
Nací, vivo y seguramente moriré en Barcelona, suponiendo que un día no me dé un infarto en el tren de camino al trabajo. O de regreso.
Nunca he sido viajero. Como mucho me he alejado de mi casa lo que el tren de cercanías me permite. Cojo el tren cada día para ir al trabajo, uno de esos empleos que cualquiera puede hacer y que no fomentan el crecimiento personal. Cuarenta kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero esos no contabilizan para ser considerado un gran viajero. El resto de mi vida se limita a esperar. Esperar al día siguiente de trabajo. Esperar a que algún vecino alerte a la policía que mi apartamento desprende un insoportable hedor a descomposición.
Crecí en la Barcelona de la Perona, del campo de la Bota y de los quinquis. La Barcelona que vivía de espaldas al mar; de los chiringuitos de la playa de la Barceloneta; de las calles de adoquines sobre las que se trazaban los trayectos férreos de los tranvías; de las vaquerías donde mi madre me enviaba a por la leche con mi lechera de aluminio. Una ciudad en la que se podía fumar en los bares; en la que por las Ramblas, que entonces eran para los barceloneses, circulaban los seiscientos y las motos con sidecar; de las tardes de toros en la Monumental y de las carreras del circuito de Montjuic. La Barcelona de los periódicos con edición de tarde; de la primera y el UHF; de las máquinas de escribir y el tippex; del programa de radio de Elena Francis; de la Semana Santa sin películas ni anuncios y de los últimos coletazos de la dictadura.
Todas ellas estampas en blanco y negro en mi memoria.
Una vez superada la dictadura y con la llegada de las libertades tenemos prohibidas las corridas de toros, beber en la calle, fumar en los bares, las vaquerías y un montón de cosas más. Incluso sentarse en la Rambla a tomar el aperitivo se ha convertido en prohibitivo por culpa de los precios, calculados para los abultados bolsillos de los turistas.
Recuerdo que cuando era joven para quedar con los colegas debía llamarlos con el teléfono de casa, aquellos negros de baquelita con una rueda de números. En mi casa teníamos el colmo de la modernidad: un supletorio de góndola. Ahora llevamos el teléfono en el bolsillo.
Cuando podía enfundarme en una talla 38 frecuentaba un antro del Raval. Un sótano oscuro con una permanente neblina en su viciado ambiente, donde sonaban los clásicos de los 60 y los 70. Bombillas rojas mantenían el local en penumbra, disimulando la mugre y otorgando un aspecto más místico a los posters que empapelaban sus paredes: Hendrix, Joplin, Jim Morrison, Dylan…El rectangular subterráneo tenía un techo abovedado simulando un túnel, eventualidad que el dueño aprovechó para darle nombre al local: El Túnel. Aunque bien podría haberse podido llamar << La Cloaca>>. Al fondo se encontraba un retrete en el que alguien en su sano juicio no se atrevería ni a acercarse. El hediondo olor a orines conformaba una atmósfera tóxica, asunto que a la selecta clientela de El Túnel no le importaba en exceso después de tres cubatas de alcohol de barril y unos cuantos canutos.
El propietario y único empleado también olía a orines. Incluso los repulsivos combinados que servía olían a orines, o tal vez lo fuesen, quien sabe. Vestía camisetas con variadas versiones de la lengua de los Stones que se cambiaba aproximadamente cada mes, posiblemente el día que yo suponía que dedicaba al aseo personal, ya que coincidiendo con cada cambio de camiseta su cabello también parecía menos pringoso. Por los que llevaban más tiempo que yo frecuentando El Túnel supe que le llamaban Micky. Micky ponme una de Led Zeppelin. Micky otro gin tonic. Micky han vomitado en la máquina de tabaco. Supongo que le llamaban así por su inclinación por los Stones. Micky fumaba porros, por eso era permisivo con la clientela a pesar de las redadas. Era taciturno, impasible, poco hablador, de mirada lánguida y físico de perdedor, pero siempre servicial. Se manejaba tras la barra con la despreocupación de la experiencia, al tiempo que manipulaba con habilidad los platos del tocadiscos, ubicado junto a unos enormes cajones de madera repletos de elepés, singles, y maxi singles de erosionadas cubiertas. A pesar de que había cientos y cientos de discos, ante una petición, sus hábiles manos sabían exactamente de donde tenía que sacar el solicitado.
En El Túnel fue donde hice lo más parecido a lo que podría denominarse amigos. Su ambiente fue mi referente, su penumbra mi refugio, su bebida mi medicina, su música mi religión, Micky mi pastor. Una guarida de libertinos en pantalones vaqueros, calzado deportivo, negras camisetas estampadas de rock y apasionadas chicas sin sujetador que te hacían tocar el cielo mientras te hacían el amor al ritmo acompasado del <<No woman no cry>> de Bob Marley.

                                                                               Al Segar.  

Bob Marley: No woman no cry.     




lunes, 7 de abril de 2014

SANT JORDI 2014

Este Sant Jordi no lo dudes y regala El galeón del Murciélago una novela de aventuras ambientada en Sant Boi entre el siglo XVII y la actualidad.
Estará disponible en las paradas de las librerías de Sant Boi en la Rambla Rafael Casanova y si quieres que te lo dedique estaré firmando libros en la carpa de la biblioteca Jordi Rubiò i Balaguer.


Sinopsis de El galeón del Murciélago:


Blai, un chaval de 13 años con un coeficiente intelectual por encima de la media, llega a la localidad de Sant Boi de Llobregat a pasar las vacaciones de verano con la intención de alojarse en la masía del Rat Penat, perteneciente a la familia desde hace más de 300 años.

Para su sorpresa se encuentran con un inesperado recibimiento por parte de su bisabuelo, a quien no conocía y que es el actual propietario de la masía, que además se encuentra en estado ruinoso y a punto de ser embargada.

Gracias a su capacidad intelectual pronto se ganará la confianza del anciano, quien acabará haciéndole entrega de un libro que relata la misteriosa vida de un antepasado suyo, primer propietario de la masía en el siglo XVII y llamado también Blai, aunque fue más conocido por el Murciélago, sobrenombre con el que se le conoció por su oscura vestimenta, cuando debido a una serie de injusticias perpetradas por nobles sin escrúpulos que arrebataban las propiedades a los campesinos, pasó de hombre justo y trabajador a convertirse en bandolero y más tarde, en un temible pirata.

El relato de la vida del Murciélago está rodeado de un halo de misterio, desde el momento en que se dice que con la ayuda de una bruja regresó de la muerte para vengar el asesinato de sus padres, recuperar la masía y su negocio familiar, y embarcarse en un galeón en busca de su amada, secuestrada por corsarios.

Su leyenda menciona que todavía en la actualidad se puede ver en las noches de tormenta el galeón del Murciélago navegando cerca de la costa, cumpliendo su juramento de velar eternamente por el bienestar de sus descendientes y de que conserven la propiedad de la masía.

Ayudado por su habilidad mental, una prima de su misma edad y una moderna bruja experta en runas, el joven Blai intentará evitar el embargo de la masía del Rat Penat.

¿Contará para ello con la ayuda del Murciélago?

¿Regresará su antepasado tal y como prometió para velar por los suyos?

Un relato donde se mezclan diversos temas favoritos del autor: Bandoleros, piratas, brujería, magia, misterio, intriga, apariciones espectrales…


martes, 1 de abril de 2014

sábado, 29 de marzo de 2014

OPEN PUSSY

Primeras líneas del relato que estoy escribiendo para mi recopilación. Este va a estar muy influenciado por Charles Bukowsky, un autor que me fascina.

28. Open pussy.
(Título en homenaje a Charles Bukowsky. Open pussy es el nombre de un periódico underground que aparece en el relato: <<Nacimiento, vida y muerte de un periódico underground>> del primer libro de Bukowsky que se publicó en España titulado: << Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones>>

Soy el único pasajero que baja del autobús. Soy el único pasajero que ha completado el trayecto hasta aquí. Ya nadie viene hasta este barrio. Ya nada hay aquí que resulte atractivo, si es que alguna vez lo hubo. Una vez cierra las puertas, el vehículo se aleja rápidamente como huyendo de un apestado.
Arrastro mi maleta, adentrándome en el barrio; un ulcerado cúmulo de calles agrietadas y fachadas desconchadas con las esquinas ennegrecidas por los orines, por entre las que camino acompañado del cadencioso traqueteo de las ruedas del troley.
Son los restos de un distrito periférico, antaño próspero gracias a las numerosas fábricas del polígono industrial colindante, ahora desmanteladas la mayoría de ellas. Las que subsisten lo hacen a base de contratos precarios y después de reducir drásticamente sus plantillas a menos de una cuarta parte del personal con que contaban en los buenos tiempos.
Hace dos años que no pongo un pie por aquí y todo parece haber empeorado en este tiempo. Percibo que se respira un ambiente más pesimista y siniestro que cuando me marché. Un barrio obrero convertido en un suburbio poco recomendable.
Veo que tan solo unos precarios comercios, regentados por chinos o pakistanís, ofrecen lo justo para sobrevivir a los pocos que han decidido continuar su vida desterrados entre este ovillo de viejos edificios desvencijados que irradian desolación y añoran con melancolía una profunda restauración que nunca llegará para devolverles el esplendor perdido.
Poca gente en las calles: tipos taciturnos sin rumbo aparente, ancianas uniformadas con batas de mercadillo, niños que deberían estar en la escuela y prostitutas que todavía deberían peinarse con coletas. Cero de alegría; todo desánimo. La antigua sucursal bancaria sirve de dormitorio a indigentes, como cuando estaba activa, solo que ahora veo que ha aumentado el número de inquilinos que la ocupan permanentemente aprovechando su traslado a un lugar donde los vecinos dispongan de dinero en efectivo.
Un tipo ojeroso y sin afeitar, que seguramente aparenta más edad de la que tiene, se cruza en mi camino. Me mira; parece reconocerme. Su cara también me suena. Sigo mi camino en dirección a mi apartamento del que he continuado pagando el alquiler en todo este tiempo. El quiosco donde compraba la prensa es un espectro sin techo con la persiana comida por el óxido.
Llego a mi portal. El portón de acceso al vestíbulo está abierto. Entro.
-Hola Sam.
El viejo Joe, siempre tan atento.
-¿Qué tal Joe?
-Pues ya ves. Esperando.
No hacen falta más detalles. Basta con ver su aspecto indecente. Su tono denota la inflexión de quien se limita a pasar los días lo mejor que puede hasta tener una plácida muerte sin demasiado sufrimiento. Echo mano al bolsillo y le tiendo unos billetes y unas cuantas monedas. Me da las gracias y aleja su atormentado cuerpo en dirección a la oscuridad de su hedionda vivienda, contando la pasta como si fuese un preciado botín. De repente se gira.
-Nadie ha asaltado tu apartamento mientras has estado fuera.
-Gracias Joe.
-¿Cómo es que ahora que has conseguido fama y puedes pagarte una vivienda digna vuelves a esta cloaca?
Recorro la cloaca con la mirada.
-Son mis raíces. Nunca renunciaré a ellas. Aquí nací y aquí moriré. Nunca se debe olvidar quien somos realmente.
Se vuelve sobre sí mismo, negando con la cabeza como muestra de no comprender mi decisión. Después cierra su puerta.
Comienzo a subir por la escalera de desgastados peldaños.




Se acerca Sant Jordi

El día de Sant Jordi estaré en la carpa de la biblioteca en la rambla de Sant Boi firmando libros. Estoy preparando unos puntos de libro



domingo, 23 de marzo de 2014